SOCIEDAD Y MENTALIDAD. CONSERVADURISMO SOCIAL
Las clases dominantes de una sociedad no se limitan a ejercer su poder en los ámbitos econó¬mico y político; también influyen en la mentali¬dad colectiva, convirtiendo sus modos de vida y sus comportamientos sociales en modelo de refe¬rencia, que muchos desearían imitar.
En ese sentido, la sociedad española de la Res¬tauración, dominada por una oligarquía conserva¬dora y rancia, hacía gala de una mentalidad que en muchos aspectos parecía retornar a los viejos valo¬res del Antiguo Régimen, y que podría resumirse en tres componentes básicos:
a) La propiedad de la tierra como signo de prestigio social. Una de las razones por las que es difícil separar la oligarquía agraria de la industrial y la financiera en la España de fina¬les del siglo XIX es, precisamente, porque las grandes familias tenían intereses económicos en los tres sectores. Pero además, el hecho de ser terrateniente, como la antigua nobleza, confería una dignidad social superior.
b) La aspiración al ennoblecimiento. La alta burguesía no se consideraba plenamente en¬cumbrada en la sociedad hasta no haber alcanzado un título nobiliario, para lo cual sólo existían dos caminos: la concesión real o e! matrimonio. Esta tendencia al ennoblecimien¬to, constante a lo largo de todo e! siglo XIX, denota la pervivencia de los valores del An¬tiguo Régimen.
c) La ostentación pública de riqueza. Aunque no se dispusiera de tierras o de títulos nobilia¬rios, la alta burguesía siempre tenía la posibili¬dad de construirse un palacio urbano o de alar¬dear en alguna de las múltiples ocasiones que ofrecían las grandes ciudades, como Madrid, con sus funciones de gala en el Teatro Real o las carreras en e! hipódromo.
Es evidente que estas actitudes y comportamien¬tos para nada impregnaban a las clases más bajas, cuyas miserables condiciones de vida les inclinaban más a las ideas radicales de! movi¬miento obrero que a la mentalidad conservadora de la alta burguesía.
REGENERACIONISMO
El regeneracionismo fue una corriente política que se extendió a raíz de la crisis del 98, como res¬puesta alternativa a un sistema político, el de la Restauración, considerado viciado y «enfermo». Desde un punto de vista social, e! regeneracionis¬mo representaba la opinión de amplios sectores de las clases medias y de la pequeña y mediana bur¬guesía, que no se identificaban con un régimen y una sociedad al servicio de una reducida oligarquía.
Sin embargo, no se trataba de una corriente de pensamiento unitaria y sistemática, sino más bien de un planteamiento ético ante la sociedad y la política, con propuestas diferentes que se pueden agrupar en dos grandes categorías:
a) Un regeneracionismo crítico, pero desde dentro de! sistema, representado por Silvela o Maura, ministros de! Partido Conservador, que, como es lógico, limitaban su crítica sólo a los aspectos más negativos de! sistema, pero aceptaban su validez general.
b) Un regeneracionismo al margen de! sistema, con figuras como Joaquín Costa, Santiago Alba o Basilio Paraíso, que criticaban al siste¬ma político de la Restauración, como «organis¬mo enfermo» y «degenerado».
LA EDUCACIÓN COMO INSTRUMENTO DE MEJORA SOCIAL
En e! ámbito de la enseñanza, las realizaciones de los diferentes gobiernos o regímenes liberales que se sucedieron a lo largo del siglo XIX fueron muy escasas, a pesar de las retóricas declaracio¬nes en ese sentido de los textos constitucionales. Durante la Restauración, la situación no mejoró de forma sustancial: al finalizar la centuria, la proporción de analfabetos ascendía a casi las dos terceras partes de la población. Y hasta 1900 no se creó e! Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Sin embargo, al margen del sistema público de enseñanza primaria y secundaria, se emprendieron algunas iniciativas privadas, de alcance muy limita¬do, pero de sumo interés desde el punto de vista de sus planteamientos pedagógicos y sociales.
La Institución Libre de Enseñanza fue fun¬dada en 1876 con el fin de aplicar los principios filosóficos del krausismo3 al ámbito de la edu¬cación. Su principal fundador fue Francisco Giner de los Ríos, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Central (Madrid), que había sido apartado de su cátedra y deste¬rrado en 1875.
Frente a los tradicionales métodos memorísticos y librescos, la Institución Libre de Enseñanza pro¬pugnaba una educación integral y activa, que incorporaba nuevas materias y actividades, como la educación física, el canto, las excursiones y visitas a lugares de interés, etc.; todo ello en un ambiente de tolerancia y libertad de opinión. Aunque no pasó de ser una institución minoritaria, de la que tan sólo se beneficiaron los hijos de una pequeña burguesía intelectual, sus planteamientos ejercie¬ron una gran influencia en la cultura de su tiempo e incluso en otras fundaciones posteriores.
Las Escuelas del Ave María, creadas a partir de 1888 en Granada por la iniciativa del padre Manjón, aplicaban unos planteamientos pedagó¬gicos en gran medida similares a los de la Institución Libre de Enseñanza -educación activa, contacto con la naturaleza, etc.-, pero se diferen¬ciaban de ella en dos aspectos fundamentales: su carácter religioso y su orientación social hacia los sectores más marginados de Granada, en especial los niños de la comunidad gitana, a los que se pre¬tendía retirar del ambiente callejero.
Por último, la Escuela Moderna, fundada en Barcelona en 1901 por Francisco Ferrer Guar¬dia, rechazaba la pedagogía tradicional -basada en el castigo, la memorización y el dogmatismo católico- y defendía la educación sin coacciones y el racionalismo moral. Pretendía inculcar los valores libertarios de igualdad y solidaridad, ins¬pirados en el anarquismo. Fue la primera expe¬riencia pedagógica vinculada al movimiento obrero. Su éxito le permitió expandirse, funda¬mentalmente por Cataluña y Andalucía, princi¬pales zonas de influencia anarquista.
El fin de siglo. Apuntes de Regeneración.
1. El regeneracionismo
Durante mucho tiempo se ha atribuido a la crisis colonial un papel absolutamente decisivo en la evolu¬ción de las mentalidades y la cultura de la España de la Restauración. Sin embargo, este papel atribuido al 98 parece contrastar de modo muy patente con el he¬cho de que la vida política experimentó un cambio muy modesto en el periodo inmediatamente posterior al desastre.
En realidad, la revisión ideológica de los valores que se suelen identificar con la Restauración se había iniciado con anterioridad al 98, en especial en los círculos intelectuales. Su origen se debe remontar a mediados de la década de los años ochenta y se mani¬fiesta de un modo perfectamente claro en la de los noventa. Lo que sí puede afirmarse es que el 98 con¬virtió el malestar típico de la crisis de fin de siglo en una realidad social que llegaba a ámbitos más am¬plios que aquellos protagonizados en exclusiva por pequeños grupos de intelectuales.
La quiebra ideológica del fin de siglo supuso una sustitución de los valores predominantes hasta enton¬ces por otros nuevos y, en su mayor parte, contradic¬torios. Lo esencial será el cambio desde unos valores fundamentados en la razón a valores vitales, como la sensibilidad religiosa o la voluntad de poder. Quienes representan este cambio en la cultura europea son, por ejemplo, el filósofo Nietzsche, el músico Wagner o el dramaturgo Ibsen, todos ellos influyentes en la cultura española. En consecuencia, durante estos años se criticarán enfoques que hasta entonces habían ca¬racterizado profundamente a la sociedad europea. La novela naturalista o la ciencia positivista serán consi¬deradas como algo sobrepasado. El propio parlamen¬tarismo liberal, símbolo característico del avance de la razón, chocará con el avance del anarquismo inte¬lectual o el nacionalismo. Por tanto, hay también una profunda crítica de la realidad sociopolítica existente en cada país.
Uno de los aspectos más característicos del final de siglo es la aparición del regeneracionismo, al que cabe definir más que como una escuela de pensa¬miento como una actitud profundamente crítica res¬pecto de la realidad española, en especial dadas las características con que- ésta se presenta en el momen¬to de la Restauración. Esta crítica a veces se refiere a unos males que derivan de la situación geográfica de España o de sus condiciones físicas, pero sobre todo se centra en los aspectos políticos y sociales. Los re¬generacionistas suelen describir la realidad española en un tono muy encendido, casi apocalíptico y, al mismo tiempo, proponen soluciones que pretenden ser taxativas y definitivas. Su conexión con el espíri¬tu de la época se da en la frecuente crítica al liberalis¬mo y la democracia, en un autoritarismo que suele re¬sultar superficial y en el deseo de encontrar una clave espiritual para el ser de España y sus habitantes (lo que Miguel de Unamuno llamará la «intrahistoria»).
El origen del regeneracionismo puede remontarse hasta Valentí Almirall, quien en su obra España tal como es (1885) asegura que nuestro país sólo es su¬perior a los demás en deuda pública y número de ge¬nerales. Lucas Manada (1890) y Macías Picavea insisten en los «males de España», título de un libro del primero que el segundo contabiliza en veintidós. Más volcados hacia la reflexión sobre la identidad de España se muestran Miguel de Unamuno (1895) y Ángel Ganivet (1896).
La figura más destacada del regeneracionismo fue, sin embargo, Joaquín Costa. Estuvo inicialmen¬te identificado con el krausismo liberal y fue estudio¬so de múltiples materias de la historia española, co¬mo el colectivismo agrario. En un informe elaborado tras una encuesta organizada por el Ateneo (1901), Costa describió con los términos «oligarquía y caci¬quismo» el estado político de España. Además, pro¬puso para solucionarlo un «cirujano de hierro», es decir, una especie de gobernante autoritario temporal, destinado a salvar a España de sus males. Su acción política a menudo fue tan entusiasta como contradic¬toria y confusa. Fundador, tras el desastre del 98, de una Liga Nacional de Productores de vida un tanto efímera, acabó militando en el republicanismo. Su herencia, tanto sobre las sucesivas generaciones inte¬lectuales como sobre la opinión pública, fue muy in¬fluyente.
De esta manera, el regeneracionismo empezó por ser un talante de pensamiento para acabar siendo toda una época; de ahí que se pueda designar con este ad¬jetivo a toda la época de Alfonso XIII. De momento influyó de modo decisivo en el mundo literario del cambio de siglo.
2. La cultura
La literatura: la generación del 98
En todos los miembros de la generación del 98, el regeneracionismo en general y Joaquín Costa en par¬ticular resultaron extraordinariamente influyentes. En todos ellos hay una preocupación común por la esen¬cia histórica de España y una actitud ambigua con respecto a la europeización, pues si por un lado existe una clara influencia europea en su actitud intelectual al mismo tiempo se manifiesta una crítica a los valo¬res materiales relacionados con ella. Los hombres del 98 (Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Azo¬rín, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu) suelen ser jó¬venes provincianos que pasan por una etapa de radi¬calismo juvenil y que en su mayor parte no formarán parte del mundo universitario.
Sus actuaciones comunes fueron escasas porque a partir de un determinado momento «cada cual el rumbo siguió de su locura» (Machado). Sin embargo, tuvieron como signo distintivo «el tiempo -es decir, la conciencia de esa crisis de fin de siglo- y un co¬mún dolor», nacido del espectáculo de un país en cri¬sis. Pero eso no quiere decir que tuvieran una doctri¬na común. La mayor parte de ellos fueron liberales, sin criticar por tanto la esencia del sistema político de la Restauración pero sí su práctica habitual. Pero el procedimiento a través del cual intentaron superar los males de España fue muy variable. Si algunos se vol¬caron hacia la intrahistoria (Azorín), otros lo en¬contraron en el desarrollo de la economía capitalista (Maeztu).
. Las artes plásticas: el modernismo
En la arquitectura y las artes plásticas el equiva¬lente de la crisis de fin de siglo lo tenemos en la apa¬rición del modernismo, del que se puede decir que fue una manifestación más del antipositivismo y el neoespiritualismo característico del fin de siglo. Es¬paña brilló con luz propia en este movimiento y en el mundo artístico contemporáneo, cuando hasta el mo¬mento había seguido las pautas nacidas en otras lati¬tudes. En este movimiento se formaron algunos de los grandes artistas que acabaron por desempeñar un papel absolutamente crucial en el desarrollo del arte del siglo xx, como Pablo Picasso.
Barcelona fue una de las grandes capitales moder¬nistas europeas y quizá la arquitectura de esta tenden¬cia artística tuvo su expresión más valiosa en una persona como Antonio Gaudí que, tras seguir, en un principio, una peculiar evolución de la arquitectura neogótica acabó desarrollando un estilo peculiarísi¬mo, con un predominio radical de la línea curva y una decoración a base de la utilización sistemática de los oficios artesanos (Parque Güell, 1900). También en Barcelona tuvo su principal centro la pintura moder¬nista, testimonio de que en la capital catalana -como también, en menor medida, en la otra ciudad indus¬trial española, Bilbao- se empezaba a mirar mucho más a París como el principal centro de creación y no a Roma, principal centro académico hasta el momen¬to. Tanto los paisajes melancólicos de Rusiñol, como los interiores de Ramón Casas o las gitanas de Nonell son testimonio de una especie de malestar vital muy característico del final del siglo XIX.
En el resto de la Península el gusto estético mo¬derno tardó mucho más en manifestarse. Sin embargo, algunos pintores apuntan hacia una estética contem¬poránea y testimonian una preocupación muy seme¬jante a la de los impresionistas por el paisaje, como es el caso de Aureliano de Beruete o Darío de Regoyos.
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