miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL PROCESO DE EL ESCORIAL

EL PROCESO DE EL ESCORIAL.

Las raíces del proceso son amplias. Su telón de fondo es el tradicional enfrentamiento entre Godoy y los partidarios de Fernando VII. En la primavera de 1807, la lucha de ambos bandos se recrudece tras el paréntesis por el fallecimiento de la esposa de Fernando, María Antonia de Nápoles. En contacto con Escoiquiz que permanece en su destierro de Toledo, ponen en marcha un nuevo plan para acabar con el poder de Godoy. La base fundamental de este nuevo acoso al ministro es conseguir una entrevista entre el Príncipe de Asturias y Carlos IV, revelando al rey las intimidades entre la reina y el ministro, y de paso acordar el posible matrimonio entre el príncipe y una princesa de la familia imperial, o en su defecto de una princesa de las familias aliadas del Emperador.
Unido al plan se concreto la reconstitución del bando de oposición nobiliaria a Godoy: el duque del Infantado, grande de España, el conde de Orgaz y el marqués de Ayerbe. A modo de eminencia gris y consultor figuró el embajador francés Francois de Beauharnais. Mientras Infantado movilizaba a los fieles fernandinos, el embajador movería los hilos necesarias para hacer realidad el proyectado matrimonio con un familiar de Napoleón.
Repartidos los papeles principales de la conspiración, se procedió a extender el aparato conspirativo. El conde de Orgaz sería el enlace entre Escoiquiz e Infantado; Ayerbe sería el nexo entre Escoiquiz, Infantado y el Príncipe de Asturias. A partir de aquí partían las ramificaciones de la conspiración. El diplomático Pascual Vallejo actuaría de enlace e información en la embajada francesa; Joaquín de Jaúregui, capitán de Guardias Españolas seria el nexo informativo acerca del estado de ánimo de las guarniciones militares, calibrando la resistencia o aceptación ante un golpe contra Manuel Godoy; el comerciante Manrique, que a la sazón había sido nombrado por Infantado representante de su fábrica de Guadalajara, que por su cualificación profesional podría justificar los desplazamientos necesarios, sería el correo entre Escoiquiz, Infantado y el Príncipe de Asturias; el criado, Sebastián de Lugo sería correo, y ojeador para facilitar los encuentros
Entre Escoiquiz y el embajador francés. El papel de José de Peral, familiar de Escoiquiz sería el espía general de toda la conspiración a modo de seguro . El calado de la conspiración es de altas proporciones. No puede considerarse como un asunto interno desde el momento en que el embajador de una potencia extranjera y amiga desempeña un papel cualitativo en ella.
La conspiración caminó, sorteando el mar de confidentes, espias y contraespías del Príncipe de Asturias, de la reina madre Maria Luisa de Parma y del propio Godoy, en que se habían convertido todos los mentideros políticos de la Corte. En mayo de 1807 se redactará un documento clave, el borrador del decreto que debía ponerse en vigor una vez se hubiese verificado el fallecimiento de Carlos IV. Por razones de seguridad, el documento se redacto con la fecha en blanco, y fue depositado en manos del duque del Infantado, que lo guardería en su poder hasta el momento preciso. El documento representa una genuina radiografía de un golpe de Estado. A la muerte del rey, el nuevo monarca, Fernando VII, nombraba al duque “mando supremo en toda la extensión de Castilla La Mancha, incluyendo la Corte y los Sitios Reales”, suspendiendo cualquier otra autoridad, citando expresamente a la del príncipe Generalísimo Almirante – esto es Godoy-, y ordenaba a todas las instituciones y funcionarios de la Monarquía, desde el Consejo de Castilla hasta el más humilde funcionario la sujeción a obediencia a la nueva autoridad nombrada en el decreto. Se adoptaron las medidas necesarias para frenar cualquier síntoma de oposición por parte de las autoridades establecidas –la reina madre, Godoy y posibles partidarios de ambos-, facultando al duque del Infantado el arresto de cualquier persona : “por elevada que sea su clase....declarando rebelde y reo de lesa majestad” a cualquier opositor a los términos del decreto . El borrador cubría todas las posibilidades de oposición a la subida al trono del nuevo monarca, planteando las medidas necesarias para desalojar de la Corte a todas las oposiciones que ya conocemos, contraponiendo la figura del favorito fernandino – el duque del Infantado-, por el favorito de los reyes padres – Godoy-. No había pues innovación ni cambio político en la nueva situación. El golpe se realizaba dentro de la granada tradición de la monarquía absoluta y del tan denostado despotismo ministerial.
Mientras el documento dormía a la espera de tiempos mejores, los planes de los conspiradores se centraron en actividades más placenteras, caso del futuro matrimonio del por entonces viudo Príncipe de Asturias. El embajador francés fue abordado por un nuevo proyecto matrimonial. En este caso, se trataba de emparentar con la familia política del emperador, es decir, con la familia de Josefina de Beauharnais, mediante un compromiso con cualquiera de las damas Tascheer-Pagerie. Las negociaciones matrimoniales iniciaron la apertura de la maniobra fernandina para atraerse el favor del Emperador mediante un enlace, separándole –se pensaba-, de su apoyo a Godoy. Si como maniobra era impecable, el defecto radicaba en que el señor de Saint-Cloud tenía planes propios para España.
Como vimos, la paz de Tilsit abría el camino a los designios imperiales para intervenir en los asuntos ibéricos. La ejecución de los planes que debían sellar la suerte de Portugal pasaban por la mas intima colaboración y lealtad del Príncipe de la Paz. Políticamente, por aquellas fecha el margen de maniobra de Manuel Godoy es restringido. A nivel internacional, el “resbalón” del manifiesto de 1806 le coloca en el punto de mira de las iras del Emperador y necesita hacerse perdonar el incidente y conseguir la mayor cuota de beneplácito y apoyo imperial, por que a nivel nacional, es consciente del aumento de la oposición fernandina y de las posibles maniobras, cada vez con más fuerza, para apearle del poder. El conocimiento de las maniobras de los conspiradores fernandinos, si no es muy fiel, si al menos se tiene una idea, por limitada que sea, de los movimientos de los conjurados, porque afín de cuentas la mayor complejidad de una conspiración en España radica en mantener el secreto entre los propios conspiradores. En este orden, las esperanzas de Godoy se cifran en los mismo términos que los fernandinos, que el árbitro de las disputas y el paraguas que pare las maniobras de los bandos enfrentados no sea Carlos IV, sino Napoleón Bonaparte. La luz arrojada por estos condicionantes, en lo que respecta a España, es la que debe convertirse en elemento de análisis en el estudio de las estipulaciones del Tratado de Fointanebleau, con sus concesiones, incumplimientos y omisiones.
El final del verano y el inicio del otoño de 1807 están marcados por la aceleración de los acontecimientos. Las maniobras fernandinas en torno al matrimonio con un miembro de la familia imperial prosiguen. El cambio cualitativo vendrá de la intervención personal de Napoleón, que dispuesto a evitar malos entendidos con los subordinados, exige una carta de puño y letra de Fernando asegurando la veracidad de su petición. El Príncipe de Asturias no se hace repetir dos veces el requerimiento. El 11 de octubre envía una carta al Emperador en un tono adulador que pone en evidencia su deseo de llegar al trono cuanto antes. Calificando al Emperador de héroe providencial, vino a considerarlo el salvador de Europa de los tronos, cumpliendo así el designio de la Providencia . Podemos imaginar el sentimiento irónico con que acogería Napoleón esta carta, máxime cuando el sistema napoleónico se había caracterizado por la remoción de las casas reinantes europeas a favor de sus designios y en beneficio de sus familiares y mariscales. A ello debe unirse la asepsia demostrada en el tratamiento de cualquier religión, comenzando por la católica. Asignarle el papel de instrumento de la Providencia no pasaba de ser una bromas con gran dosis de sarcasmo, si el autor de la misiva hubiese sido otro distinto del príncipe Fernando, Talleyrand pongamos por caso. Por todo ello, el Emperador contemporizó con unas ideas y acontecimientos que le favorecían por días.
Ello no impidió que Napoleón comenzase a jugar con las reveladoras ambiciones del Príncipe de Asturias. En una de las misivas imperiales destinadas a los ojos fernandinos, se insinúa que el Príncipe bien pudiera asumir el mando de las tropas españolas que colaborarían con las francesas en la campaña de Portugal. Para dar mayor verosimilitud a la oferta, el Emperador reconoce la falta de conocimientos militares en el príncipe por lo que juzga oportuno que sea asesorado en estas cuestiones por el mariscal Berthier. La oferta ciega por momentos a Fernando, deseoso de gloria rodeado de mandos militares – suponemos que leales a su persona-, y acompañado de las tropas imperiales, el mejor ejército de Europa. La negativa de Carlos IV es tan coherente como las ambiciones del Príncipe de Asturias. Y una vez más, ante el desengaño, Fernando solicita al Emperador que haga entrar en razón a su real progenitor. Napoleón podía estar contento.
Por aquellos días, el circulo fernandino no pierde ocasión para buscar y ganar partidarios, reales o imaginarios. Dentro de sus planes, entra conseguir la adhesión de las masas populares. Y a ellas va dirigida el cumulo de rumores que empieza a considerar que las tropas francesas que entran en el país camino de Francia, vienen de paso a ayudar al bue Fernando a terminar con la tiranía de Godoy. El desarrollo de este contenido propagandístico puede explicar la pasividad inicial de parte del Ejército y del pueblo cuando comiencen a darse los golpes de mano franceses contra las fortalezas estratégicas que ya conocemos.
La gravedad de la realidad política española a finales de octubre de 1807, radica en la disposición de los dos bandos enfrentados a buscar la solución y arbitraje de sus posiciones en la persona del Emperador, ante la imposibilidad de cualquiera de los dos por imponerse con sus propias fuerzas al contrario. Para los fernandinos, el apoyo imperial es dogma de fe a la vista de la admiración profesada por el Príncipe de Asturias y de las negociaciones matrimoniales, que imaginan marcha viento en popa. Para Godoy y sus partidarios, incluidos quizás los reyes padres, el apoyo de Napoleón es indudable a tenor de las concesiones de Fointanebleau, aunque Godoy personalmente albergue inquietantes dudas.
Si bien en España los conspiradores han conseguido llevar a cabo sus planes sin el conocimiento de Godoy, el secreto no dura. En París, Izquierdo, enviado de Godoy ante Napoleón, conoce la existencia del intercambio de cartas entre el Emperador y el Príncipe de Asturias. El envió de estas noticias a Godoy conduce a este a ponerlo en conocimiento de Carlos IV. El disgusto del rey conduce a las pesquisas necesarias para averiguar hasta donde ha llegado el futuro rey en sus maniobras cerca de Napoleón. En la tarde del 27 de octubre, dentro de las visitas protocolarias del príncipe a los reyes padres, Carlos IV registra los bolsillos de Fernando VII, encontrando en uno las claves utilizadas en la correspondencia mantenida con Escoiquiz. Sorprendentemente, llama la atención la ingenuidad de Fernando ante el hecho de llevar encima un documento tan comprometedor, o quizás este error se deba a la desconfianza latente del Príncipe de Asturias ante su entorno, sintiéndose vigilado y sus aposentos en peligro de ser registrados, aunque esto a raíz de los siguientes sucesos parece más improbable. Sea como fuere, el descubrimiento origina la orden del rey al aposentador mayor de palacio, Merlo, por lo demás hombre de probada lealtad hacia los reyes padres, el registro minucioso de las habitaciones personales del Príncipe de Asturias. En el registro se encuentran un grupo de documentos a cada cual mas comprometedores. Algunos de puño y letra de Fernando como el borrador de una representación al rey conteniendo una despiadada critica contra la gestión del Príncipe de la Paz; una negativa al proyecto ideado por Godoy de que una hermana de su mujer, María Luisa de Borbón y Vallabriga , condesa de Chinchón, contrajese matrimonio con el Príncipe de Asturias; y finalmente, la mayor pieza de convicción, parte de la correspondencia de Escoiquiz junto a un documento recogiendo las claves y las reglas para la redacción de mensajes cifrados. No sabemos si en los documentos encontrados había alguna referencia al borrador-decreto citado con anterioridad, pero sí que un examen preliminar de este fajo de documentos realizado durante esa noche, convenció al rey de la gravedad de los hechos que podían deducirse, ordenando el arresto de Fernando en sus habitaciones con una escolta de veinticuatro guardias de Corps. A ello se unió la orden de detención del marqués de Ayerbe y de toda la servidumbre del Príncipe de Asturias.
Los sucesos de El Escorial permanecen en buena medida hoy en día oscuros. Hay una versión de lo sucedido, publicada en un decreto de 8 de abril de 1808, recién llegado Fernando al trono, donde el interesado explica lo sucedido en aquellos días. Sin embargo, la versión debe analizarse con precaución habida cuenta de ser la del interesado y del carácter del entonces rey, ligeramente alejado de la ecuanimidad e inmerso pro aquellos días en una campaña de auto justificación ante los sucesos de Aranjuez y la presencia de las tropas francesas comandadas por Murat en Madrid.
Dos días después de los sucesos comienzan los interrogatorios al Príncipe. Se realizan en el cuarto del rey, en presencia de los reyes, el presidente del Consejo de Castilla, Arias Mon y el resto del gobierno. Sin embargo, el objeto de los ataques y maniobras fernandinas, Godoy, por demás máximo interesado en lo ocurrido al ser el objeto de la atención real, no asiste, pues se dice que en esos días está en Madrid ¿enfermo?. La enfermedad no le impedirá al día siguiente enviar un decreto donde Carlos IV de cuenta al pueblo español de los sucesos. En el interrogatorio, Fernando niega toda relación con los documentos encontrados, pero a lo largo de este, su declaración es tan contradictoria que en el ánimo de los presentes quedan pocos resquicios de duda sobre su autoría y culpabilidad. Tal es así, que en el citado decreto explicativo de los sucesos de El Escorial, Carlos IV no tiene reparos en afirmar que la culpabilidad de su hijo solo puede calificarse de “lesa majestad”, pues ha puesto un plan destinado a su destronamiento. El decreto tendrá otra utilidad. A la vista de su publicación, la entereza del Príncipe de Asturias se desmorona, confesando su culpabilidad y delatando a todos sus colaboradores desde los más significados caso del duque del Infantado, Escoiquiz y Ayerbe, entre otros, hasta el último de sus criados. Tal es así, que en el interrogatorio realizado en días posteriores por el ministro Caballero, Fernando se muestra tan colaborador que relata todo tipo de maniobras realizadas desde la primavera de 1807. Incluso, cuestiones de las que no se tenía ni la más remota idea, caso del decreto otorgando plenos poderes al duque del Infantado. La línea de defensa adoptada por el Príncipe de Asturias sólo tendrá un objetivo, su salvación a ultranza delatando a todos sus colaboradores, sobre los que hace recaer toda la culpabilidad, dejando prácticamente caer en los interrogatorios su papel de actor pasivo. Ciertamente, no brillo por aquellos días la valentía y la generosidad de miras y responsabilidad del futuro monarca.
A medida que avanzaba la investigación, la gravedad de los hechos redujo sensiblemente el circulo de las autoridades que debían conocer los hechos, limitándose a los jueces encargados del proceso y a las personalidades de mayor autoridad dentro del esquema de poder de la monarquía absoluta. La limitación, en aras de los intereses del Estado, ocasionó a medio plazo un efecto contraproducente, facilitar la tergiversación de los hechos y su conocimiento en el pueblo desconocedor del entramado de los sucesos escurialenses, como se demostraría en el decreto de 8 de abril. El secreto de los hechos favorecería también a la formación de la “leyenda dorada fernandina” durante el periodo de su cautividad en Francia.
El velo de secreto que llegó a cubrir las diligencias judiciales en torno al proceso de El Escorial llegó a tener otro motivo, quizás este fuese el más grave. En la documentación encontrada en poder del príncipe, el ataque contra Godoy, se citaban serios ataques contra la reina madre y la descripción de los “pecados” del Príncipe de la Paz abarcaba un amplio espectro, desde corrupción hasta ineptitud, pasando por maniobras manifiestas – a ojos de Fernando-, para socavar la persona e incluso los derechos sucesorios del heredero. En consecuencia, en el documento incautado se describía un plan destinado a la desaparición política – queda la duda si también física-, de Godoy, de su entorno, amante incluida, y de todas sus propiedades.
El somero estudio de la documentación evidenciaba un plan, definido en anteriores páginas como un golpe de Estado dentro de la óptica del A. Régimen, cuyo éxito hubiese reemplazado en la totalidad al vértice de poder de la monarquía española, esto los reyes padres y Manuel Godoy.
Las repercusiones dentro de la política interior fueron evidentes, si bien en un principio a base del secreto parecieron quedar enmascaradas. En general, el número de implicados había sido limitado. Algunos de ellos no tenían peso en la política del momento, caso de Escoiquiz. El duque del Infantado no movilizó ningún contingente armado, como tampoco lo hicieron el marqués de Ayerbe ni el conde de Orgaz. Únicamente aportaron fondos, en un monto cercano a los cien mil reales. Del resto de los implicados en la conspiración, criados y personas de servicio, poca iniciativa podían tener. Quizás la debilidad en la trama radicó en que se esperaba la decisión del vértice de poder, en pura ortodoxia del absolutismo, esto es, el Príncipe de Asturias al cual le falto previsión, audacia y decisión. Del resto del espectro político de la Corte, miembros de la familia real, grandes de España o mandos militares, no hubo información, movilización o adscripción a los planes fernandinos. Y no fue porque Godoy no tuviese opositores, más bien la inacción de debió a actitudes mentales dieciochescas que a otros factores.
Sin embargo, mayor trascendencia y gravedad tuvieron las implicaciones en la política internacional. El conocimiento y participación del embajador francés en la conspiración es evidente. Las entrevistas realizadas con Escoiquiz en el parque del Retiro desde el verano de 1807 reflejan el grado de implicación del diplomático. El proyecto de aunar el matrimonio de Fernando con una princesa francesa como parte complementaria del éxito en el golpe de Estado, debía complementarse con la delicada presión sobre el Emperador para que autorizase el proyecto . La realización de ambos provocaría una nueva dimensión en las relaciones hispano francesas marcadas por un nuevo grado de control de Saint Cloud sobre el Palacio de Oriente. El conocimiento del entramado español por parte de Napoleón estuvo marcado por el doble flujo de correspondencia del Príncipe de Asturias y del embajador Beauharnais.
Las declaraciones de Fernando colocan a Godoy y a Carlos IV en una situación comprometida. A la altura del 29 de octubre les es imposible calibrar hasta donde el embajador ha obrado por su cuenta y/o cumpliendo órdenes imperiales. Ante ello, se optó por una solución de compromiso, enviar una carta por parte del rey dándole cumplida cuenta de los sucesos ocurridos entre el 27 y 29 de octubre, dejando en evidencia el papel de consultor cualificado que por aquellas fechas gozaba el Emperador sobre la vida cotidiana de la familia real española. Sea como fuere, la sorpresa del Emperador ante los sucesos no fue digna de mención. Acostumbrado a utilizar las mínimas variaciones de los acontecimientos en su favor, los sucesos de El Escorial le proporcionaron una palanca adicional para incrementar su injerencia y control de los asuntos peninsulares.
La incomodidad de la corte española ante el posible matrimonio del rebelde Fernando con un familiar del señor de Europa representaba un conjunto espinoso de problemas, sobre todo en el ánimo de Godoy que contaba con el apoyo imperial para sortear la animosidad creciente del partido fernandino. Los sucesos de los siguientes días demostraron la capacidad imperial para aprovechar las fisuras internas españolas. El 3 noviembre de 1807, Napoleón envía una carta a Madrid negando rotundamente la implicación de su embajador en la trama fernandina, y extendiendo su protección al Príncipe de Asturias ante la posible adopción de medidas por parte Carlos IV. Las advertencias se acompañaron con su deseo de que ninguno de los acontecimientos ocurridos supusiese un retraso de los planes de invasión en Portugal, llegando a considerar cualquier retraso como una declaración de guerra a Francia, y en ese caso, el mismo se personaría en España al frente de su ejército. Difícilmente, tanto por el tono como por las amenazas explicitas en la carta, podía considerarse el documento como una misiva destinada a un aliado, que tras Fointanebleau, tal era la relación hispano francesa. La percepción que Carlos IV y Godoy tuvieron del mensaje napoleónico fue, cuando menos de silencio. En el caso de Godoy no había lugar a dudas. Napoleón en persona había explicado los términos de la carta pormenorizadamente a Izquierdo – representante personal de Godoy-, en París . Quizás, por que las tropas francesas habían comenzado a entrar en España camino de Portugal desde el 18 de octubre.
La respuesta de Carlos IV, mediante el decreto de 5 de noviembre de 1807, demuestra la clara percepción de la situación en que se encontraba el país frente al Emperador. Mediante un nuevo borrador de Godoy, esta vez entregado al Príncipe de Asturias, se redactan dos cartas dirigidas a los reyes solicitando el perdón por su anterior conducta. Los términos de las misivas son consignadas en el decreto, siendo la base argumental por la cual Carlos IV perdona las faltas de su hijo. Si bien Fernando reconocía sus faltas, estas quedaban reducidas a una especie de falta familiar y no el delito de lesa majestad que en realidad era. El decreto viene a expresar la impotencia del monarca ante la presión napoleónica y la humillación consiguiente del perdón a un heredero que ha conspirado para destronarle. En el caso de Godoy el balance es más dramático. Siendo la segunda persona en la que se centraba la conspiración, la impunidad del Príncipe a la que había colaborado con su borrador, le hacía rehén a partes iguales con el monarca de la presión imperial. Ahora bien, si esto ocurría en la esfera de la política internacional, en la nacional, siendo la segunda autoridad del reino por debajo del monarca, el perdón al conspirador le desamparaba ante sus opositores, y borraba cualquier culpabilidad del príncipe dentro de la memoria colectiva del reino. A todos los efectos, Godoy quedaba desamparado ante el partido fernandino en el futuro. Esta realidad se haría presente en breve. Mientras tanto, el prestigio de la corona española quedó seriamente comprometido, no ayudando el veredicto del tribunal encargado de juzgar los sucesos de El Escorial, pues en su veredicto del 25 de enero de 1808 emitió una sentencia absolutoria para todos los encausados, desde Infantado a Escoiquiz, pasando por el más humilde criado. Parecía como si desde todas las magistraturas del Estado se estuviese incitando al defenestramiento de Manuel Godoy. Incluso, la pena de destierro a los principales acusados, fue atemperada al darles opción a elegir el lugar donde cumplir la pena. Ambos veredictos de inocencia, el decreto de 5 de noviembre y la sentencia del 25 de enero se convirtieron en sendas condenas morales contra el Príncipe de la Paz y así se difundió por todos los mentideros políticos de la Corte.

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