miércoles, 6 de octubre de 2010

EL REINADO DE FERNANDO VII (1814-1833)

EL REINADO DE FERNANDOVII : LA PRIMERA REACCION ABSOLUTISTA (1814-1820)

A. GOLPE DE ESTADO Y RESTAURACIÓN ABSOLUTISTA

El 11 de diciembre de 1813 se firmaba en la ciudad fran¬cesa de Valencay un tratado de paz por el que Napoleón reconocía a Fernando VII como rey de España. Derrotado el ejército napoleónico, el monarca hizo su entrada en España en marzo de 1814. Por instrucciones de la Regen¬cia, pasa por Gerona, se desvía por Zaragoza y llega a Valen¬cia el 16 de abril y en los veinte días que permanece en esta ciudad se prepara la restauración del absolutismo.
Por aquellos días se había publicado un Manifiesto de 69 diputados absolutistas de las Cortes ordinarias (llamado Manifiesto de los persas por la cita inicial), en el que solicitaban al rey la restauración del poder absoluto, la anu¬lación de todo lo aprobado en Cádiz y la convocatoria de unas nuevas Cortes que prepararan una nueva legislación que evitara los abusos y reconociera la propiedad y la «libertad». Esto último no se llevó a efecto (convocar unas nuevas Cortes por estamentos, a la manera que marcaba la tradición), pero sí la primera petición: el monarca, animado por el clima enfervorizado con que fue recibido (de ahí el sobrenombre de «El Deseado») y los consejos de una par¬te del ejército y del clero que exigía el restablecimiento de la Inquisición, firmaba el 4 de mayo, un día antes de salir de Valencia hacia Madrid, un decreto por el que dejaba sin efecto toda la obra legislativa de las Cortes, a las que acusaba de haberle despojado de su soberanía. El decreto, mantenido en secreto, fue publicado en la Gaceta 8 días después, cuando el rey ya estaba en Madrid.
Animado por este clima y apoyos, pocos días después de regresar a Madrid, ordenó la detención de un grupo nume¬roso de diputados liberales, la persecución de los acusados de «infidencia» (afrancesados) y la «purificación» o depura¬ción de funcionarios que hubieran colaborado con el gobierno intruso de José 1. Se iniciaba así una dura repre¬sión que obligó a miles de personas a exiliarse a Francia o a otros países: unos tuvieron que huir por afrancesados, otros por. liberales. Con las medidas policiales y políti¬cas se retornó al Antiguo Régimen: fue suprimida la prensa, tan floreciente en el período gaditano; las institucio¬nes provinciales (como las Diputaciones) que habían surgi¬do en Cádiz también desaparecieron; se restablecieron los antiguos Consejos de Castilla, Indias, Inquisición, Hacienda o de Órdenes; también, los privilegios feudales aunque no de forma total, y se reintegraron las propiedades desamortiza¬das a la Iglesia, la nobleza o los derechos gremiales.

B. LA OPOSICIÓN AL ABSOLUTISMO

Esta etapa de seis años se caracterizó por la inestabili¬dad e ineficacia de los distintos gobiernos (el intento de reforma de la Hacienda fracasó) y la situación de postración económica y política. España tuvo un papel secundario en la escena internacional, pues ni siquiera pudo obtener resultado en la Conferencia de Viena ( 1814-1815), a pesar de haber sido uno de los países más afectados por la invasión napoleónica.
La oposición creciente se plasmó en frecuentes pro¬nunciamientos* militares para reponer el sistema constitucional. Sectores del ejército, del clero y de la clase política trabajaron para derrocar al rey absoluto. En el seno del ejército se produjo una división: por una parte el ejército regular, poco efectivo al principio de la guerra y al que las Cortes intentaron despojar de sus privilegios, creando un nuevo modelo de ejército que no llegó a orga¬nizarse, sometido no al rey sino a la Constitución: sería el germen de un "ejército nacional" inspirado en la Revolu¬ción francesa. Pero los altos cargos de este ejército estu¬vieron más próximos al monarca que a la Constitución.

Bien diferente fue la actitud de un nuevo ejército, sur¬gido de la guerrilla. Muchos de sus jefes, sin formación militar, llegaron a obtener elevada graduación por su heroís¬mo y popularidad: son los casos de Juan Martín Díaz El Empecinado, carbonero de Valladolid, o Francisco Espoz y Mina, campesino navarro. La monarquía absoluta redujo el número de estos militares y el descontento creció entre sus filas. Este grupo nutrirá buena parte de los pronuncia¬mientos habidos en esta etapa, todos ellos fracasados. En 1814 Espoz y Mina se subleva en Navarra, pero fracasa y ha de huir a Francia; en 1815, otro héroe de la Independen¬cia, Juan Díaz Porlier, se pronuncia en La Coruña, pero aca¬ba siendo detenido y ejecutado. La misma suerte corrieron los pronunciamientos de Richart en 1816, el general Luis de Lacyen 1817 o el coronel Joaquín Vidal en Valencia en 1819. Mejor fortuna tuvo la intentona del conspirador Juan van Halen, descubierto en Granada y que escapó de la cárcel de la Inquisición en Madrid. En todos estos movimientos de oposición tuvo importante papel la burguesía comercial y la masonería, que empezó a tener notable influencia entre los sectores liberales españoles del momento.
Por último, el teniente coronel Rafael del Riego y el coronel Quiroga se pronuncian en enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan (entre Sevilla y Cádiz), y tras más de dos meses de correrías por tierras de Andalucía y Extremadura, logran el triunfo de la Revolución en todo el país. Este triunfo se debió más a la incapacidad del régimen absoluto para reprimirlo que a la propia acción de los sublevados. El 10 de marzo, Fernando VII firmaba un mani¬fiesto acatando la nueva situación con estas palabras que demuestran la insinceridad de su contenido por los sucesos que luego vinieron: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Empezaba así el trienio liberal o constitucional.

4. EL TRIENIO CONSTITUCIONAL (1820¬-1823)

A. LA DIVISIÓN DEL PRIMER LIBERALISMO

El pronunciamiento de Riego en Las Cabezas de San Juan, donde se encontraba al mando de las tropas que debían embarcar hacia América para luchar en la guerra de inde¬pendencia de las colonias, tardó en triunfar: fue más la activi¬dad conspiradora y la propaganda que la acción militar.
Pero pronto dos problemas iban a dificultar la labor de los gobiernos liberales: por una parte, la actitud cons¬piradora del propio monarca, que solicitó la ayuda de la Santa Alianza (coalición de países absolutistas) para reponer¬lo como monarca absoluto; por otra la división interna del grupo liberal, con dos facciones, la moderada (antiguos doce¬añistas: Argüelles, Toreno, Canga Argüelles, Garcia Herreros, Martínez de la Rosa) y la exaltada (Riego, San Miguel, Romero Alpuente, Felipe Benicio Navarro), que pedían soluciones más radicales e incluso republicanas. Los primeros había hecho las reformas en Cádiz durante la guerra contra los franceses y los segundos habían protagonizado la revolución que había res¬taurado el sistema constitucional. El protagonismo dado a los doceañistas en un primer momento hizo que los sectores más radicales mantuvieran una actitud de enfrentamiento al gobierno hasta agosto de 1822, en que se produce un giro exaltado con el gobierno de Evaristo San Miguel. La petición de ayuda a la Santa Alianza dio su fruto, cuando un ejército francés (Los Cien Mil hijos de San Luis), al mando del duque de Angulema, hizo su entrada en España en abril de 1823 y llega¬ba a Cádiz a fines de septiembre, donde se habían refugiado las Cortes y el gobierno junto con el rey. El I de octubre, Fernando VII disolvía las Cortes, anulaba su labor y reponía el sistema absoluto.

B. LOS AGENTES DE LA REVOLUCIÓN

Podemos decir que la Revolución liberal se hace reali¬dad a partir de 1820 gracias a los diversos agentes que la llevan a cabo: grupos políticos, Sociedades Patrióticas, Socie¬dades secretas, Cortes, Milicia Nacional y la prensa. Aún no se puede hablar de partidos políticos, sino de posición o actitud ante la Revolución liberal. Para los liberales mode¬rados la revolución se había producido ya y por lo tanto lo que había que hacer era aplicar las leyes y reformas apro¬badas en Cádiz; para los liberales exaltados no era suficien¬te lo hecho hasta ese momento y el proceso revoluciona¬ rio debía seguir avanzando. Nacía así el germen de los par¬tidos políticos, que junto a las Sociedades Patrióticas, centros de reunión y discusión política, preparaban el clima de la lucha ideológica del siglo XIx. Entre los exaltados figu¬raba buena parte de los miembros de la Milicia Nacional, ejército de base popular creado con la revolución.
Las Sociedades Patrióticas surgieron en toda España con el pronunciamiento de Riego, convertido en héroe y mito de la Revolución. Más de 270 llegaron a constituirse en
164 ciudades o pueblos. Eran una especie de clubes que se reunían en cafés, teatros, conventos desamortizados o casas particulares, y en ellos se hablaba, leía la prensa o se pro¬nunciaban discursos de encendido tono revolucionario. Fue¬ron famosas las Sociedades que se reunieron en La Fontana de Oro, inmortalizada por Pérez Galdós en su novela; la de Los Amigos de la Libertad, que se reunía en el café de Lorencini, o La Cruz de Malta, todas ellos en Madrid. Estas Sociedades cumplieron un doble papel: su identificación con el pueblo llano, para quien demandaban mejoras sociales y su adhesión a la causa de la libertad; por otra parte, solicitaban al pueblo que votara a las clases burguesas para evitar que ese pueblo obtuviese más derechos y se convirtiera en una amenaza. Centros de conspiración y de presencia pública, tienen en la prensa y la propaganda uno de los medios de expresión básicos: en estos tres años y medio aparecieron casi 700 periódicos, aunque la mayoría de ellos de muy corta vida.

Otro de los' agentes de la revolución fue la presencia de las Sociedades secretas, aunque su importancia no fue muy destacada. De ellas sobresale la masonería*, conver¬tida en garante de la revolución y unida a los altos cargos del gobierno. La mayor parte de las logias estaban en Madrid y los más destacados políticos liberales del Trienio pertenecieron a la masonería, así como los líderes de la independencia americana. La ruptura dentro de la masone¬ría dio lugar al surgimiento de la sociedad de Los comuneros en febrero de 1821, de ideario liberal radical próximo al republicanismo. Llegó a contar con unos 60.000 asociados. Otras sociedades como Los carbonarios de influencia italia¬na apenas tuvieron importancia en España, pero muestran el espíritu romántico de los revolucionarios de esta época.
La Milicia Nacional, prevista ya en la Constitución de 1812, se organiza desde 1820 como una fuerza de ciuda¬danos armados dispuestos a la defensa del orden consti¬tucional. En ella vieron los exaltados la Patria en armas, y sus dirigentes eran los elementos más radicales, con un entusiasmo sin límites en la defensa del sistema liberal. Aunque nacida desde el Estado, poco a poco se convirtió en una fuerza local, reclutada y pagada por los ayunta¬mientos o diputaciones provinciales.

Por último, las Cortes del Trienio conocieron varias legislaturas de corta dura¬ción y su obra legislativa fue de gran envergadura, aunque sólo en parte pudo apli¬carse por la corta vida de esta etapa política: desamortización de bienes del clero (la llamada reforma de regulares); supresión del mayorazgo; de la Inquisición como tal (si bien en 1823 vuelve bajo otro nombre); de la Compañía de jesús; aplicación del decreto de disolución de los señoríos jurisdiccionales de una forma más radical; per¬dón a los afrancesados; creación de un nuevo ejército constitucional (servicio mili¬tar obligatorio para defensa exterior y del orden interno de la nación); aprobación del primer Reglamento de Instrucción Pública que establece los tres niveles educa¬tivos vigentes hasta hoy (enseñanza primaria, secundaria y universitaria); nueva divi¬sión provincial; reducción del diezmo, etc.
y todo ello en el marco de una guerra civil que se inicia a fines de 1821 con partidas realistas que como la guerrilla atacan las ciudades. Uno de estos guerrille¬ros absolutistas, el barón de Eroles, estableció en Urgell una Regencia por enten¬der que el rey estaba secuestrado por los liberales y pidió ayuda a Francia para res¬taurar el absolutismo.


5. EL REINADO DE FERNANDO VII : LA SEGUNDA REACCIÓN ABSOLUTISTA (1823-1833)

A. REPRESIÓN, EXILIO Y PROBLEMAS DE LA HACIENDA

Esta etapa, que los liberales bautizaron con el calificati¬vo de «década ominosa»*, tiene dos momentos claros: uno de represión antiliberal hasta 1826-27 y otro, a partir de ese año, en que el rey ha de hacer frente a la insurrec¬ción liberal y a la conspiración realista del primer carlis¬mo, sector ultraconservador.
La represión política y el exilio se extendieron durante toda la década. Muchos intelectuales, diputados de las Cortes del Trienio, militares, funcionarios, etc, tuvieron que huir y se refugiaron en Gibraltar, desde donde marcha¬ron a Inglaterra, u otros países de Europa y América. Por el norte otro numeroso grupo de exiliados, compuesto de mili¬tares, comerciantes o campesinos huyeron hacia Francia. Destacan en este gran exilio (unas 8.000 personas), milita¬res como Espoz y Mina, Torrijos o Gabriel Císcar; clérigos como, Antonio Bernabeu, los hermanos Villanueva o Blanco White, que se encontraba en Inglaterra desde 1810; Y comerciantes, cargos públicos o _scritores como Martínez de la Rosa, Mendizábal, Canga Argüelles, Flórez Estrada, el Duque de Rivas,Antoni Puigblanch o Vicente Salvá. En torno a Lord Holland y su esposa, una influyente familia londinense muy interesada en los asuntos de España, se formó un des¬tacado grupo de intelectuales y militares que hablaban de las cosas de España y pensaban en cómo cambiar la situación. En 1830, tras el triunfo de la revolución en París, muchos de los exiliados españoles en Inglaterra se trasladaron a Francia.
Para llevar a cabo esta represión política y «purifica¬ción» de empleados públicos se crearon las comisiones militares ejecutivas, las Juntas de purificación y, en 1825, la Policía con misiones de vigilancia política. Y en algunas ciu¬dades se restauró la Inquisición bajo la forma de juntas de Fe, por iniciativa de los obispos más reaccionarios, como el de Valencia, Simón López, bajo cuya influencia se produ¬jo la última ejecución inquisitorial en 1826.

Algunos miembros del gobierno de Fernando VII eran par¬tidarios de reformas administrativas próximas al pensamien¬to ilustrado. Destaca en este sentido, el ministro Luis López Ballesteros, que emprendió una reforma hacendística, con la que se incrementó la recaudación en un 25 %.También fue él quien introdujo el presupuesto del Estado en 1828, el nue¬vo Banco de San Fernando o el Código de Comercio. Otras reformas de esta etapa fueron la creación del Consejo de Ministros, la Ley de Minas o la concesión a Cádiz de un puer¬to franco aunque por poco tiempo (1829-1831).
Pero Fernando VII tuvo que hacer frente a dos cons¬piraciones:
a) la liberal, que seguía la táctica del pronunciamiento y luego pasó a la insurrección organizada. El ex-jefe de la guerrilla y militar, Espoz y Mina, formó una Junta en Bayona para dar una solución moderada al rey; por otro lado, otros militares y civiles, al mando del general Torrijos intentaron en diciembre de 1831 una insurrección militar tras desem¬barcar en la costa de Málaga desde Gibraltar. Torrijos y sus seguidores -entre ellos el militar inglés Robert Boyd- fue¬ron detenidos y fusilados pocos días después, convirtién¬dose en un símbolo del heroísmo liberal revolucio¬nario, al igual que Mariana Pineda, detenida, procesada y ejecutada también en 183 I por haber bordado una bande¬ra morada con las palabras «Ley. Libertad. Igualdad».
b) La otra conspiración venía del sector más reaccio¬nario, llamado ultrarrealista, apostólico o realista puro. En 1823 ya se habían creado sociedades secretas de esta tendencia, con nombres como junta Apostólica o el Ángel Exterminador, cuyos proyectos fueron dados a conocer en un folleto titulado Españoles: Unión y Alerta, muy difundido en
1824-1825. En 1825 el pronunciamiento de Bessieres, un militar de origen francés, acabó siendo descubierto y su ins¬tigador fusilado. Fue en Cataluña donde se produjo ya en
1827 el primer levantamiento antiliberal, precursor del car¬lismo, conocido como la guerra deIs agraviats o malcontents (agraviados o descontentos). Un año antes, con motivo de la sucesión en Portugal, con un gobierno liberal, Fernando VII se distanció de su hermano Carlos por la actitud «mode¬rada» de Fernando respecto a los liberales portugueses.

B. LA SUCESIÓN DE FERNANDO VII

En 1829 fallecía la tercera esposa del rey, lo cual dejaba dos posibilidades de sucesión en el trono: su hermano Car¬los, defensor de los realistas por influjo de su mujer; o un heredero directo habido en un nuevo matrimonio del monarca. Al fin, Fernando VII se casó con su sobrina María Cristina de Nápoles. El 20 de marzo de 1830, al anunciar el embarazo de la reina, se puso en vigor la Pragmática Sanción de 1789 por la cual quedaba sin efecto la Ley Sáli¬ca, que limitaba de hecho el acceso al trono para las muje¬res. Este hecho suscitó la protesta de los partidarios de Don Carlos. El 10 de octubre del mismo año nacía la infan¬ta Isabel y con ella se iban perfilando los dos bandos: carlistas, defensores de los derechos de don Carlos al trono español, y cristinos o isabelinos, que hacían valer los derechos de Isabel; en este último grupo se alinearon los liberales de todo signo.
El 13 de septiembre de 1832 Fernando VII sufrió un grave ataque de gota. Cre¬yéndose al borde de la muerte, el rey firmó un documento, por presiones del ministro Calomarde y el grupo «carlista», por el que quedaba sin efecto la Pragmática Sanción. Era el triunfo momentáneo de los partidarios de Don Carlos. Pero recuperado de su enfermedad, Fernando VII destituyó a Calomarde, firmó una amplia amnistía, abrió las universidades cerradas dos años antes y restableció la Pragmática Sanción. De esta forma, Isabel fue declarada heredera del trono. Don Carlos se exilió en Por¬tugal y sus partidarios prepararon la guerra. El 29 de septiembre de 1833 muere el rey, María Cristina asume la Regencia durante la minoría de edad de Isabel. Los carlistas se alzan en armas. Comenzaba así la primera guerra civil del siglo XIX.

No hay comentarios:

Publicar un comentario